El VIH muestra su fortaleza
- La quimioterapia más agresiva no lo erradica
- El virus rebrota en dos de los tres hombres se creían ‘curados’
“Fue una bomba”, dice el infectólogo Santiago Moreno, del hospital Ramón y Cajal de Madrid, quien asistió a aquel congreso en Mami. “Uno llevaba 18 semanas y otro alrededor de medio año”, recuerda Moreno de los dos casos, que se habían presentado a mitad de julio en Kuala Lumpur (Malasia). En la mayoría de los casos, el virus reaparece alrededor de un mes después de suspenderse la medicación, por lo que había esperanzas de que los hombres hubieran superado ya esa fase de peligro, pero no ha sido así. “Nuestro gozo en un pozo. Con eso no es suficiente”, reflexiona Moreno, quien da además otros detalles: “En estas personas, el virus reapareció con inusitada violencia. Llegaron a niveles de carga viral [la concentración de VIH en sangre] muy superior al que habían tenido antes. Eso sí, en cuanto volvieron a tomar la medicación respondieron de inmediato”.
Al igual que en el caso de Berlín, los dos hombres tenían una leucemia. Fue precisamente al tratarles con una quimioterapia intensiva para destruir las células cancerosas cuando se creyó que se habían eliminado los reservorios del virus. “La principal diferencia es que, después de ello, al paciente de Berlín se le trasplantaron células madre de una variante resistente al VIH, y a los otros no”, explica Juan Berenguer, del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y presidente del Grupo de estudio del Sida (Gesida) de la Sociedad Española de Enfermedades infecciosas y Microbiología Clínica (Seimc). Esa diferencia es la que hizo que en el caso de Brown no haya habido una recidiva del virus, y sí se haya producido en los otros dos.
Pero, más allá de los casos, lo que interesa a los expertos son las consecuencias, lo que se aprende de este fracaso. A corto plazo poco cambia para los afectados: “Nunca habíamos planteado tratar así a las personas con VIH”, dice Berenguer. “Los tratamientos actuales son muy eficaces y mucho menos peligrosos que una quimioterapia tan fuerte, que puede ser hasta mortal”, recalca. “Quitando cuestiones como la económica, y la muy importante del estigma, hoy día el sida es una enfermedad más de las que necesitan una medicación de por vida. ¡Qué más quisiera una diabético de 30 años que tener un tratamiento tan cómodo!”, afirma Berenguer.
Pero en lo que los especialistas están de acuerdo es en que estos tres casos (al que podría unirse el de una niña que también se supone curada del VIH después de ser sometida a una fuerte medicación con antivirales nada más nacer) era una prueba de concepto, una demostración de que algo que hasta poco se creía impensable: que una persona no solo controle el virus, sino que este desaparezca o quede en niveles tan bajos que el propio organismo, sin necesidad de pastillas, lo controle. Esto último es lo que se denomina una curación funcional, y expertos en el VIH como Robert Gallo, creen que ahora es algo posible. “He tenido dudas al respecto durante los últimos 30 años. Peor en el último me dije: ‘Hay que ser realista’. La curación funcional es un objetivo a nuestro alcance”, ha dicho Gallo.
Se trata de un proceso muy complicado porque el virus de la inmunodeficiencia es un retrovirus. Esto quiere decir que tiene una especial capacidad para esconderse, para refugiarse. No es solo que se meta en células del huésped (los glóbulos blancos para destruirlos, la médula o el sistema linfático para esconderse). Es que llega casi a desaparecer. Sus proteínas de cubierta se destruyen, y su material genético se integra en el de las células invadidas, camuflándose entre el resto de los genes del individuo. Desde ahí se manifiesta generando nuevos virus. Por eso es tan difícil de eliminar.
Berenguer abunda en esta idea. “Para demostrar que un perro puedo hablar no haría falta hacer un ensayo doble ciego; bastaría con que hubiera uno que lo hace. El caso de la erradicación del VIH es similar: ya tenemos un caso en el que parece que eso ha sucedido. Es una prueba de concepto”.
Este es el mensaje positivo de estos casos. “Lo que hemos aprendido”, ha dicho Anthony Fauci, director del NIAID (Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de EE UU). Esta lectura, la del aprendizaje, es algo más que una frase hecha. En el mundo del VIH hay dos asuntos que, hasta ahora, siempre se han resistido: la vacuna y la erradicación. En 30 años no se ha conseguido encontrar una solución a esos dos problemas. “Pero ahora sabemos que en el caso de la erradicación, es posible; lo que tenemos que hacer es encontrar el sistema”, dice Moreno.
El método usado con Timothy Brown no es aplicable a los 35 millones de personas con el virus que hay en el mundo. “Su curación fue una consecuencia colateral; se la encontraron al tratarle la leucemia”, insiste Berenguer. Pero puede ser un camino. “Quizá con una quimioterapia no tan fuerte, añadiéndole algo; una vacuna terapéutica, un fármaco que bloquee los receptores, un medicamento antilatencia [que obligue al virus a salir de su escondrijo para que pueda ser destruido]”, apunta Moreno.
Que algo se puede hacer está claro. “Que el virus haya tardado tanto en reaparecer en estos casos es elocuente. Es posible que una quimioterapia menos agresiva con antivirales tenga el mismo efecto”, indica Moreno.
Hay más líneas ya abiertas. En la 99 Asamblea de la Sociedad Norteamericana de Radiología que acaba de celebrarse en Chicago, Ekaterina Dadachova, de la facultad de Medicina Albert Einstein de la Universidad Yeshiva de Nueva York presentó una aproximación parecida, basada en radioterapia en lugar de quimioterapia. “Para combatir el VIH necesitamos un sistema que elimina las células infectadas sin dañar las no infectadas”, dijo. Y, al igual que se está intentando con el cáncer, que tiene un problema parecido, la idea es encontrar receptores celulares específicos que lleven la radiación hasta las células infectadas. Dadachova lo ha conseguido en laboratorio, con cultivos celulares, indica la revista Medical News Today. Es solo un primer paso que deberá confirmarse más adelante. Pero son signos de que algo se mueve. Aunque no sea urgente, como señala Berenguer, dada la existencia de tratamientos antivirales que consiguen unos buenos resultados en general que han permitido que la esperanza de vida de los infectados sea –salvo fracaso terapéutico- equivalente a la de otras personas de su edad, un futuro sin pastillas parece un prometedor reto al que no se quiere renunciar.
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